A medida que vamos entrando en la edad adulta (e incluso antes, cuando nos obligan a elegir qué carrera estudiar sin apenas bases sólidas), una serie de decisiones nos paralizan parcial o totalmente en algún momento.
Solemos achacarlas al miedo: a iniciarnos en el mundo laboral, a declararnos a una persona que nos gusta, a cortar una relación de amistad que ha dejado de ser digna de ese nombre, a abandonar la casa donde nos hemos criado o hasta a poner en riesgo una parte de nuestro futuro invirtiendo dinero en bienes como coches o casas.
Sin embargo, a medida que vamos creciendo solemos mirar atrás y, tanto si acertamos como si nos equivocamos en su momento, habitualmente hemos sido capaces de salir adelante. Nos hemos hecho más fuertes y seguros al apostar por un aspecto concreto. Y rara vez (aunque a veces ocurre) nos preguntamos qué hubiera pasado si...
Pero es cuando nos llega la paternidad donde encontramos la mayor transformación. Nos escuchamos diciendo frases que usaban nuestros progenitores que juramos no utilizar jamás. Nos sorprendemos tratando de consolar a un bebé contraviniendo todas las normas sociales que pretenden imponernos como perfectas. Y hasta evolucionamos (aunque algunas personas no sean capaces de entenderlo) dando menos importancia a las salidas nocturnas, que al fin y al cabo en la mayoría de los casos hemos vivido con intensidad y durante un largo período de tiempo.
Aun así, lo que cambia por entero el paradigma es el terror real. Mi madre me dijo una vez una de las frases que más han marcado mi vida: 'No sabes lo que es el miedo hasta que tienes un hijo'. Y difícilmente una sentencia será más verdadera que esa.
Miedo a que le pase algo. Miedo a que no sea feliz. Miedo a que no lo traten bien en el colegio. Miedo a que no sepa valerse por sí mismo. Miedo a que, cuando crezca, deje de abrazarte y de necesitarte. Miedo constante con el que solo puedes aprender a vivir, pero que jamás podrás dejar de lado.
Por eso, a todos aquellos que dicen tener miedo a emprender, a cambiar de trabajo, a mandar a la mierda a su jefe cretino, a dejar una ciudad que ya no les aporta nada, a cambiarse de carrera por el qué dirán, solo les aconsejaré una cosa.
Incluso en los peores momentos, siempre hay alguien que te ayuda o encuentras habilidades propias que desconocías para reinventarte, Cuando estás en la Universidad y no te gusta crees que se acaba el mundo y en realidad solo usas un año de tu vida para reorientarte hacia una existencia más feliz. Y la única forma de avanzar, madurar y crecer realmente es tomar decisiones.
Porque aunque creas que la has cagado, en realidad estás abriendo caminos nuevos. Y si vamos a vivir 100 años, no te preocupes que tendrás tiempo de sobra para encontrar uno que te lleve a un lugar agradable.